Hace algunos años trabajé como educadora medioambiental en una granja escuela, mi experiencia fue bastante desastrosa ya que no me veía capaz de hacerme respetar entre los pequeños encantadores y vi claramente como la mayoría de los niños no sabían nada sobre la naturaleza, no sabían lo que era una vaca o un caballo, de donde salía la leche, que no pasaba nada por mancharse con el barro… La verdad que me quede bastante sorprendida y horrorizada en este aspecto.
Hace unos días escuchando una entrevista en Radio 5 (el programa de Reserva natural) donde entrevistaban a Odile Fernández de Mis recetas anticáncer, por casualidad, escuche otra entrevista muy interesante.
La entrevista se la hacían a una autora Heike Freire que ha escrito un libro muy interesante; «Educar en verde. Ideas para acercar a niños y niñas a la naturaleza«. Heike expone como muchas de las patologías infantiles que tanto crecen hoy en día y nos preocupan a los padres, como la obesidad o el TDAH, tiene mucho que ver con el poco tiempo que están nuestros niños en el campo, en la calle, en el parque..
Creo que este tema es muy importante y merece la pena dedicarle un poco de nuestro tiempo, por ello he hablado con Heike y nos ha dedicado un artículo para todos los lectores de Trucos naturales. Mil gracias 🙂
Una infancia saludable en la naturaleza.
Obesidad, asma, enfermedades de la piel, problemas de crecimiento, dificultades de aprendizaje (dislexias, dislalias…), trastornos del comportamiento, de la sociabilidad, autismo, TDAH (Déficit de atención/Hiperactividad), estrés, depresión… En nuestro país crece, cada año, el número de niños afectados por algún tipo de desorden, ya sean físico, psíquico, del desarrollo o del aprendizaje. Ante la creciente escasez de niños “sanos” y “normales”, algunos especialistas sugieren que la propia infancia podría estar en camino de convertirse en una patología… Y, sin embargo, se trata, tradicionalmente, de una etapa de la vida caracterizada por la vitalidad y la energía. ¿Qué está sucediendo?. ¿Cómo explicar esta lamentable situación? Desde un enfoque integral de la salud, muchos problemas de la infancia contemporánea podrían estar relacionados con una falta de contacto con el mundo natural, y de atención a las necesidades propias de la naturaleza infantil.
Solos entre paredes
Basta recordar nuestra niñez, para comprobar que los jóvenes de hoy pasan más tiempo en espacios cerrados (el aula, la casa, el automóvil, el centro comercial…), sentados frente a las pantallas (entre 990 y 1200 horas anuales de media, en España, según las estimaciones) o realizando actividades dirigidas por adultos (clases, talleres, extraescolares, deberes…) que jugando al aire libre. Habitan zonas urbanas o semiurbanas (en las que reside más de la mitad de la población mundial) transformadas en auténticas “junglas” de automóviles donde el miedo y el individualismo, muchas veces orquestado por los medios de comunicación, han terminado por debilitar los lazos vecinales (“Quedar en la calle no es divertido, asegura Alicia, 8 años. Hay mucho coche, gente mala. Pasan corriendo y te dicen que te apartes…”)[3].
En las últimas décadas, los niños han pasado del 33% al 15% de la población, una minoría que vive en familias atomizadas (casi siempre con hijos únicos) y se encuentra socialmente aislada. Debido a esta “escasez” infantil, nuestra sociedad adultocéntrica está olvidando lo que significa ser niño: ya no se considera aceptable que un(a) chaval(a) sea ruidoso, sucio o desordenado, que juegue “a lo bruto” o que se manche. Se espera de ellos y ellas que se comporten como personas mayores, a edades cada vez más tempranas y, si no lo hacen, se dice que están enfermos.
Las estadísticas confirman la gravedad de esta situación: desde los años setenta, la distancia de juego autónomo a casa ha disminuido un 90%, y el tiempo libre se ha reducido unas 15 horas semanales. Sólo el 29% de los niños de hoy disfrutan actualmente de momentos de juego y aventura al aire libre (frente a un 70% hace 20 años) y al 51% de los que tienen entre 7 y 12 años no se les permite subir a un árbol sin supervisión adulta. En nuestro país, únicamente el 30% de los escolares, de entre 8 y 12 años, van solos al colegio. Incluso el sentido de la palabra “jugar” está cambiando: antes imaginábamos a un pequeño en la calle, dando patadas a un balón. Hoy nos lo representamos sentado, apretando los dedos sobre una consola. A fuerza de no ejercerlo, niñas y niños podrían estar perdiendo su instinto natural de jugar libremente.
Pokemon y colonia de rosas
Frente a este panorama, no es de extrañar que, a menudo, se quejen de soledad (“A veces me aburro tanto que me pongo a limpiar cristales”, cuenta Gimena, 10 años) y puedan llegar a tener, como señala Carl Honoré, “400 amigos en Facebook, pero ni uno solo para bajar a jugar al parque”. Les falta contacto, interacción concreta y afectiva con otros seres vivos: continuamente, se relacionan con objetos, con cosas… Respondemos a su atracción innata por los animales regalándoles ositos de peluche y caballitos de madera; aprenden a identificar las especies de árboles en fichas de plástico y dibujan flores de papel para decorar las aulas en otoño. Gracias a la tecnología, cuidan de perros, gatos y acuarios digitales, y trabajan en las granjas virtuales de Nintendo o de Facebook. Están al corriente de la deforestación, el cambio climático y los desastres ecológicos del otro lado del planeta y saben muchas cosas sobre el medio ambiente. Pero pueden citar más personajes de la serie “Pokémon” (o nombres de marcas comerciales) que plantas, animales y minerales de su entorno local. Y si les preguntamos de dónde viene la leche, responden que del tetrabrick…. El mundo abstracto, artificial y virtual que les ofrecemos, en casa y en la escuela, les relega a un rol de espectadores pasivos cuando, para desarrollarse, necesitan experiencias reales, directas y sensibles: mancharse de barro las manos y la ropa, hacer colonia con pétalos de rosas, sentir el olor, el tacto, el sonido y la presencia de una oveja o subir a la ladera de una montaña, en lugar de ver cómo lo hace otra persona…
Reducir el déficit de naturaleza
Basándose en numerosas investigaciones de Ecopsicología y Psicología Ambiental, el autor norteamericano Richard Louv alertó hace unos años sobre las desastrosas consecuencias, para la salud física y mental, de lo que ha denominado “déficit de naturaleza”[4]. Su intención no es acuñar una nueva categoría diagnóstica, sino atraer nuestra atención sobre la situación de la infancia y animarnos a actuar.
Los estudios demuestran que el contacto con el medio ambiente y el juego al aire libre contribuyen a mejorar la salud y el bienestar general de los niños: aumentan la autoestima y la sociabilidad, la capacidad de observación, de concentración y autodisciplina; favorecen la creatividad, la imaginación, la autonomía, la coordinación motora, el equilibrio y la agilidad; desarrollan el lenguaje y las capacidades cognitivas de autoconciencia y razonamiento; ayudan a reducir el estrés, a enfrentar los desafíos con confianza y a caer enfermos con menor frecuencia; inspiran sentimientos positivos sobre sí mismo y los demás, y contribuyen a su felicidad. En Alemania y los países escandinavos, se ha demostrado que los pequeños que acuden a escuelas en el bosque o al aire libre enferman menos que los que asisten a guarderías convencionales[5]. Incluso una sintomatología tan compleja como la hiperactividad que, en nuestro país, afecta a entre un 4 y un 8% de las criaturas, podría deberse según el neurocientífico Jaak Pankseepp, a un exceso de sedentarismo y la falta de juego espontáneo al aire libre, actividad que favorece la maduración cerebral, incrementando los niveles de dopamina.
Pero los beneficios de la naturaleza se obtienen con la regularidad: no basta con salir al campo una vez al mes o visitar una semana al año una granja escuela. Resulta urgente repensar nuestros hábitos de vida, las estructuras comunitarias, la relación con nuestros hijos, el concepto (y las prácticas) de seguridad, el modelo educativo…. Transformar nuestros hogares, escuelas y ciudades, para que vuelvan a ser (si alguna vez lo han sido) lugares llenos de vida…
Que los niños vuelvan a la tierra
En frases como: “Es hora de sacar a los niños fuera” o “Dormirá bien si te das una vuelta con ella”, expresamos intuitivamente la necesidad infantil de espacios abiertos. Un creciente número de padres y educadores están tomando conciencia de esta carencia y empiezan a actuar para satisfacerla. En Estados Unidos, el movimiento denominado “No child inside” (Ningún niño dentro) reclama que la comunidad internacional reconozca, incluyéndolo en la Convención de Naciones Unidas, el derecho de la infancia a estar al aire libre, por lo menos, tanto tiempo como el que pasan dentro. La corriente a favor de la libertad infantil y el contacto con la naturaleza no ha hecho más que empezar: las familias salen al campo, o a parques y jardines, con mayor frecuencia y abren sus casas al entorno natural, por sencillo y pequeño que sea; los patios encementados de las escuelas se levantan para hacer bosquecillos, jardines, huertos y granjas; las aulas se llenan de plantas y animalitos; las escuelas desarrollan programas para impartir todas las materias en parques, granjas, dehesas y ríos…; se crean centros educativos en bosques, playas… e incluso desiertos; las azoteas de los edificios y los solares abandonados se convierten en terrenos de agricultura ecológica donde los niños pueden encontrarse jugar y sentir la naturaleza; los parques infantiles se transforman en lugares de creación que pueden ser construidos, destruidos y reconstruidos por sus protagonistas, con materiales naturales; las ciudades se abren a la vida bajo el asfalto…
Niños y niñas necesitan la naturaleza….y la naturaleza también les necesita. Ellas y ellos son el futuro: algún día, serán los encargados de tomar decisiones decisivas para nuestra supervivencia. Las biografías de grandes naturalistas muestran que el amor por la tierra crece en la infancia, gracias al contacto cotidiano con el medio ambiente. Atender a sus necesidades nos permitirá crear una sociedad más sana, justa, igualitaria, respetuosa y acogedora con todas las formas de vida. Está en juego la sostenibilidad del planeta…y la de nuestra especie.
Heike Freire
Autora del libro: “Educar en verde. Ideas para acercar a niños y niñas a la naturaleza”. Editorial Graó, Barcelona, 2011.
[1] Según datos del Ministerio de Sanidad, un 45,2% de los menores de nuestro país sufren sobrepeso. Estudio Aladino, Agencia de Seguridad Alimentaria y Nutrición.
[2] El mismo Ministerio asegura que uno de cada cinco niños y adolescentes españoles sufre trastornos psíquicos y está bajo tratamiento psiquiátrico. La Vanguardia, 06/10/2011.
[3] Freire, H.(2010): “La voz de la infancia”, en Cuadernos de Pedagogía, nº 407, Barcelona.
[4] Louv, R (2005).: The last child in the Woods, Algonquin Books, London.
[5] Bruchner, P. (2012): Escuelas infantiles al aire libre, en Cuadernos de Pedagogía, nº 420.