Los primeros seres humanos que consumieron la variedad silvestre de la almendra, es amarga, debían cocinarla para eliminar las sustancias que, no sólo dan mal sabor, si no que además en grandes cantidades, son peligrosas para la salud. Pero ya hace miles de años que sólo se consume la variedad dulce y es muy apreciada por sus propiedades.
Es una buena aliada como alimento energético de cara al invierno y por eso es aconsejable empezar a comer un puñadito diario desde el otoño.
Aporta un número considerable de calorías, pero son una energía que se quema con la actividad diaria y alimenta el cerebro.
Es rica en grasas saludables que ayudan a regular el colesterol y los triglicéridos. Una ración de 75 g diarios puede bajar un 9,4% las tasas de colesterol «malo» y aumentar las del «bueno» en un 4,6%.
La presencia de flavonoides, antioxidantes como la quercetina, contribuye a una buena salud cardiovascular.
Más antioxidantes como la vitamina E y el zinc, favorecen el sistema inmunitario, ayudan al crecimiento, la reproducción y mejoran el estado de la piel, las uñas y el pelo.
Es destacables el contenido en vitaminas del grupo B, que aceleran procesos de desintoxicación hepática y refuerzan la envoltura de los nervios. En su composición encontramos también hierro y proteínas.
Comer almendras durante el embarazo. Todo lo anteriormente dicho avala que la almendra es un alimento extraordinario durante el embarazo y la lactancia, tanto para la madre como para el bebé, antes y después de nacer, a través de la leche materna. Es muy destacable su contenido en calcio, magnesio y fósforo, indispensables para la formación ósea y mantener en buen estado el sistema músculo-esquelético de la madre, ya que la necesidad de estos minerales durante la gestación podría empezar a querer sacarlos de sus mismos huesos, perjudicando a la mujer a medio/largo plazo.
Indicada en diabetes y obesidad. El consumo habitual de almendras disminuye la concentración de azúcar en sangre y a pesar de su valor calórico, como ya hemos dicho, no engorda. Tiene un contenido muy bajo de hidratos de carbono (azúcares) y muy alto de fibra, provocando una sensación de saciedad y facilitando el tránsito intestinal.
La forma más sana y aprovechable de consumir almendras es enteras y en crudo, pero la leche de almendras sería una buena opción, además de que es muy versátil en la cocina. Tostándola o sometiéndola a cualquier proceso de calor se destruyen parte de sus vitaminas y se altera otros componentes.
¿Quién se anima a incluir un puñadito de almendras en su rutina diaria?
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